Mensaje para el año 2082

A los habitantes de la ciudad de La Plata en su segundo centenario, a los habitantes y artistas creadores de la Argentina, a los seres humanos del Universo, a los habitantes de la Ciudad Hidroespacial del año 2082:
Cien años han pasado desde que, estremecido y vanamente envalentonado, me dispuse a escribir esta carta abierta. Refractario a dar mensajes, he preferido el simple testimonio de algunos pensamientos, señalar mis propios límites y esbozar un fugaz pasaje de mi trayectoria en esta materia viva y desafiante del Cosmos.
Hoy, en esta luminosa e irrepetible mañana de 1982, creo firmemente que el artista es el desvelado barómetro de la polución moral de nuestra cultura. Un barómetro, desvelado y urgido que debe señalar la gravedad de la crisis y pronosticar, imperativamente, el temple de los nuevos tiempos, la gravedad o ligereza de los grandes cambios por venir.
La crisis energética, la brusca fractura de los valores y las verdades entendidas, los desequilibrios ecológicos que amenazan al planeta, los paraísos tecnológicos y también los infiernos desencadenados por la era posindustrial exigen de nosotros nuevas y audaces concepciones; y desde este punto de vista pienso que quizás otro status de la ciencia, sus renovadas conexiones ideológicas y metodológicas, ponen el acento más en la biología que en las puras formas de la ficción.
Otros sistema de comunicación y otro lenguaje estético, de proyecciones imprevisibles, están a nuestro alcance o pueden ser intuidos en estos incitantes umbrales del siglo XXI; y si es cierto que podemos conceptualizar un determinado número de apariencias o cambiar informaciones marginales, la informática y sus incalculables derivaciones no es sólo una invasión de imágenes y significados: es el resultado de elementos y sabidurías que estaban antes que nosotros, como la tecnología refinada del cazador Cro-Magnon estaba presente en la piedra poliédrica del viejo Neanderthal que lo precedió en el arcano de las antiguas edades.
Hoy, con más firmeza de convicción que nunca, estoy persuadido de la necesidad de un arte de integración cotidiana con la vida.
Ciudadano argentino, hidroespacial, me he zambullido en la invención y creación totalizadora. Emerger de aguas transparentes, ser impulsado hacia lo inédito, cristalizar ciertos vaticinios, ésa ha sido y es mi actitud más allá de toda metáfora.
Todas las disciplinas tradicionales –pintura, escultura, dibujo, grabado, música, arquitectura, danza, literatura, poesía, teatro, cine, televisión, propuestas conceptuales– son meros soportes que pueden servir a un sub-arte o a un supuesto trans-arte que un determinado lenguaje puede vincular con un discurso predicativo, con una manifestación directa o con los meros juegos mentales de la polisemia.
Pienso, por el contrario, que el arte debe ser el catalizador y el acelerador de nuestra humana capacidad de sentir, pensar y actuar, porque el acto pulsional entre lo cotidiano, el arte y la vida no tiene en verdad intermedios. Es un fluir constante.
Uno puede elegir su área de influencia en el espacio-tiempo, pero la secuencia y el suceder van estrechamente ligados.
Por lo tanto el arte no es una categoría que pueda dar respuestas a través de un determinado sistema filosófico. No es una palanca para la aprehensión del conocimiento, aunque puede servirse de ella. Es, más bien, la culminación totalizadota e integradora de la percepción humana, de ciclos y reciclos culturales que se cristalizan en la participación colectiva con presencias y obras como acto triunfalista que intenta hacer retroceder a la muerte. Su permanente emisión energética y vitalista tiende, en este sentido, a liberar al ser humano de todas sus ataduras psicológicas y sociológicas, de todos sus terrores y prejuicios, de toda su ominosa adhesión al dolor y la derrota.
¿Acaso son menores los enigmas por descifrar en este bienaventurado año 2082?
Cuando reflexiono sobre ello me quedo anonadado y me recorre un no disimulado escalofrío, aunque simultáneamente me envuelve el júbilo de permanecer como una gota de agua en la caudalosa corriente de la memoria colectiva. No puedo arrinconarme en el silencio y el estupor, y aunque adscriba un sentido a la instantaneidad, siempre estarán los visionarios que se quedan. Los predictivos.
El agua, la luz, el movimiento, ¿existen tal cual? ¿Cómo ser anticipatorio respecto del tercer milenio si aún no dejamos el segundo? No obstante ya en el lejano 1944, en la vieja ciudad horizontal de mi juventud, yo decía con cierta infatuación cósmica: “El hombre no ha de terminar en la Tierra”, y en el “Manifiesto de Arte Madí”, en 1946, anticipaba mi propuesta más ambiciosa: la Ciudad Hidroespacial.
¿Las generaciones de artistas del año 2082 habrán disuelto el arte en la vida mismo? ¿Estarán ocupando el espacio con ciudades hidroespaciales, nómades, interplanetarias? ¿El arte ya es pura tensión sensible? ¿Qué elementos de juicio tecnológico, científico o exobiológico son necesarios para desentrañar telesensorialmente el cuerpo, la mente y el alma?
A medida que intento a borbotones una relectura de la Naturaleza y de la Humanidad me persuado de mi azoramiento, de una desmesurada, no descriptible sensación de derivar hacia el infinito, cuando mi pensamiento viaja al hipotético año 20.000.
Allí no cabe más aceleración. Es un cero ingrávido. Pero estoy convencido de que en el año 2082 el sol y el agua estarán aquí, y el Arte será una elevada celebración de rotundos absolutos. Es como ser catapultado hacia el mecanismo de la imaginación con todas las compuertas abiertas al milagro permutable: los sueños, las pasiones, el amor, el sexo, la aventura hacia lo desconocido, la libertad ejercida en su plenitud misma. Y nuevamente me asedia este planetoide Tierra, nuestra cuna: ¿será el paraíso ganado, abandonado, superado o una deliberada conexión con el Universo infinito? Desde esta mañana anclada en el tiempo y la esperanza me pregunto: ¿qué sistema político, que leyes gravídicas, qué rotación planetaria han sido corregidos? ¿Y las constelaciones y miríadas de estrellas siguen su curso previsto en insondables cielos incorruptibles? ¿Qué primicias, qué teorías, cuántos años-luz hemos ganado en conocimiento y en ese instintivo querer saber más? Y como un desvelado indagador de absolutos vuelvo a preguntarme: Si nos sentimos vulnerables, ¿debemos por ello profetizar menos?
En este amanecer del año 2082, con otro modus vivendi, ¿qué riesgos, qué abecedario, qué ideas, qué lenguaje, qué azar, qué creencias, qué utopías pueden mitigar este clamor, estas inquisidoras interrogaciones?
Estoy junto a este Monumento “Faro de la Cultura”, en esta benemérita ciudad de La Plata, ofreciendo como un neoprimitivo pertinaz, en el hueco de mis manos, el agua cristalina y esperanzada para mitigar la sed de conocimiento y de arte. ¿Acaso –me pregunto– es una pura hipótesis creer en la omnipotencia de una civilización de seres inteligentes, con la presunción de poder habitar, respirar, beber, comer, hacer el amor y procrear, con indefinido placer, al género humano?
A los artistas creadores de todas las disciplinas y otras mitologías a inventar:
No hay mensaje, no hay código, no hay leyes inamovibles.
Mi idea es turbadora. Transferir a los artistas de este año 2082 para que dejen su mensaje para el año 2182.
Diferencias que nos parecen irreductibles serán superadas por otras voliciones y sus ondas expansivas se extenderán a otras sociedades organizadas para una mejor distribución de los bienes. No se trata de anestesiar a la historia por una futura de agotadora imprevisión y en perpetuo movimiento. Intuyo para entonces la victoria de un arte que se reivindica como anterior al recuerdo, una memoria con reverberaciones a perpetuidad, un arte de la vida, la libertad, la imaginación y la invención, un arte sin límites ni fronteras, un arte del hombre.
Tiempo de hidroespacio
protectores de los acontecimientos y las realidades
impregnadas de poesía,
¡salud!
Amigas, amigos
mi saludo y afecto están con ustedes,
prófugo de una gota de luz y de agua
para reaparecer en las aguas primordiales
de la existencia.
Colofón:
A mi mujer Diyi, mi compañera, mi salvavidas.
A mis hijas, a mis nietos, a los nietos de mis nietos.
con todo mi amor.

La Plata, 1982. Texto enterrado con motivo de la inauguración del Faro de la Cultura, La Plata, 1982.