Manifiesto La Ciudad Hidroespacial

De acuerdo a sus impulsos y reacciones vitales, la humanidad se ha movido en despareja proporción respecto a su propio hábitat. La arquitectura engloba necesidades elementales muy disímiles y no es aconsejable permanecer oprimidos por la magnitud de su carga inerte.
Hasta ahora sólo utilizamos una mínima proporción de nuestras facultades mentales, adaptadas a módulos que de alguna manera derivan de la arquitectura llamada moderna o “funcional”. Es decir, el departamento o celdilla para habitar, que una sociedad nos impone con su economía compulsiva. Sin contar con la decidida repulsa de los arquitectos e ingenieros que no admiten que toda la nomenclatura en la construcción de edificios pueda, algún día, ser suplantada por otro lenguaje arquitectónico, marcadamente revolucionario, y que ello haga tambalear convicciones rígidas e ideas lógicas de la enseñanza académica, que ya tienden a derrumbarse.
Pero las estructuras sociales y los mecanismos de comportamiento –ruptura, contestación– son síntomas de un cambio hacia la desaparición del rol omnipotente del estado y su reemplazo por una administración eficiente.
En la revista “Arturo”, 1944, expresaba: “El hombre no ha de terminar en la Tierra ” y en el Manifiesto Madí de 1946 se afirmó que la arquitectura debería ser: “ambiente y formas desplazables en el espacio” y si bien estos conceptos estuvieron originados por una visión intuitiva, están marcados por una racionalidad inminente e implacable.

Mis diferentes etapas en las artes visuales nunca cambiaron de orientación y la propuesta de La Ciudad Hidroespacial es un continuo sin tregua. Aunque asumo mis propias contradicciones al crear hidroesculturas, relieves “hidrolumínicos” e hidrocinéticos para una arquitectura que estoy atacando desde sus bases. La premisa es liberar al ser humano de toda atadura, de todas las ataduras. Esta transformación adelantada por la ciencia y la tecnología, nos hace pensar que no es una audacia infiltrarse e investigar lo absoluto, a través de lo posible, a partir de una deliberada interacción imaginativa y en cadena. Una imaginación transindividual y sin metas prefijadas de antemano. De ahí que el primer proyecto o enunciado de una ciudad suspendida en el espacio, publicados en “Arturo” y el Manifiesto “Madí”, no fueron hipótesis o teorías de apoyo, sino más bien originados por una visión de un continuo y otra dimensión.
La aventura de la humanidad no se detiene ante lo imprevisible. Al contrario, vamos dirigidos hacia lo desconocido e inédito, y cuando un cambio se convierte en una necesidad, se acelera esta disposición.
Estar arraigados en la Tierra , o para ser exactos, en el planeta agua, aunque su atmósfera, su alimento y sus aguas estén contaminaos, asistir indefensos ante la persistente depredación geográfica y geológica, contemplar cómo el equilibrio ecológico es destruido lentamente, verificar el aumento constante de la población, son otros tantos incentivos para los cambios rotundos que anunciamos ya, como necesidad biológica.
Proponemos concretamente la construcción del hábitat humano, ocupando realmente el espacio a mil o mil quinientos metros de altura, en ciudades concebidas ah-hoc, con un previo sentimiento de coexistir y otro diferenciado “modus vivendi”.

La arquitectura ha dependido del suelo y las leyes gravídicas. Dichas leyes pueden ser utilizadas científicamente para que la vivienda hidroespacial pueda ser una realidad, es decir viable desde el punto de vista tecnológico. Intentar la construcción de algunas viviendas, como un ensayo previo para llegar paulatinamente a la “Ciudad Hidroespacial” propiamente dicha. La opinión de algunos astrofísicos e ingenieros espaciales coinciden en que tomando agua de las nubes y descomponiéndola por electrólisis, es posible utilizar el oxígeno para respirar y el hidrógeno introducido en una máquina de fisión nuclear proporcionaría energía más que suficiente. Energía capaz de mantener suspendido el hábitat incluido su desplazamiento, mientras otras opiniones se refieren a la posibilidad de cristalización del agua y derivarla hacia una polimerización que la cualifique energéticamente. Así pues, no se trata de vencer las leyes gravídicas sino crear la energía de sustentación. Por ello me dirijo a todos los científicos de la NASA para recabar sus opiniones.
El costo desde luego, es muy alto, pero con sólo detener la producción bélica del mundo por veinticuatro horas e invertir dichas sumas en este proyecto, su realización es posible. La arquitectura hidroespacial está condicionada para estar suspendida en el espacio indefinidamente.
La vivienda nómade hidroespacial deteriora el curso de la economía actual en base a la valoración del terreno y abre interrogantes sociológicos imprevisibles. Apunta asimismo a una apertura del arte, pues nuestra civilización entra en la etapa postindustrial. Se propone pues, un arte de todos y no un arte para todos. Al superar todo intermediarismo, el arte se integra tácitamente al hábitat, se disuelve en él y en la vida, es su presentación, su “modus vivendi”.
Los lugares creados con sentido de síntesis y vida comunitaria son su extensión. ¿Para qué, entonces, la pintura, la escultura, en definitiva el “objeto”, si todo ello ya está contenido en la vivienda ocupando el espacio, el recorrido interno de ese espacio, el volumen, el color, el movimiento?
Más de 4.000 millones de habitantes de la Tierra y este shock de futuro lo viven apenas 30.000 personas. No hay civilización por generación espontánea. Los Mayas, los Incas, la cultura China y de todo el Oriente, el arte gótico, el greco-latino del Mediterráneo, el Renacimiento, han tenido sus ciclos culturales y su parábola se ha cumplido. Nuestra civilización es la mejor porque la estamos viviendo, pero imaginemos por un instante el crash mundial si dejaran de fabricar automóviles; shock de un posible futuro inmediato.
El arte como “Canto de la Historia “, “Moneda de lo Absoluto”, “Aprehensión directa de la realidad”, “superestructura ideológica” o “trascendencia individual” son definiciones que serán rebasadas por los resplandores visionarios de un nuevo pensar y sentir, de una eclosión cultural irreversible, con acceso al infinito, y no solamente terráqueo.

Debemos reemplazar a las habitaciones que se han convertido en ritual arquitectónico y periférico: Living, comedor, dormitorio, baño, cocina, muebles, por serenas o intensas pero en todo diferenciadas, propuestas de lugares para vivir.
Si, dentro de un espacio, pero ocupando el espacio-tiempo con todos sus atributos. Y no como una alteración de la aventura humana sino como una explicable necesidad que emite nuestra condición humana.
Probablemente aparecerán otros condicionamientos pero en la ciudad hidroespacial nos proponemos destruir la angustia y las enfermedades, revalorizar el amor, los recreos de la inteligencia, el humor, el esparcimiento lúdico, los deportes, los júbilos indefinidos, las posibilidades mentales hasta ahora no exploradas, la abolición de los límites geográficos y del pensamiento. ¿Idealismo utópico? En absoluto. Los que no creen en su factibilidad es porque siguen aferrados a la caverna, a las guerras y diluvios. Por lo tanto disolver el arte en la vivienda y en la vida misma es preanunciar síntesis e integración.
Los centros de poder y de decisión económica y política, lo más que pueden hacer es retardar ociosamente esta tendencia que transforma al hombre, a partir del momento en que su cuerpo y su mente se ocuparán de proyectos universales y será así más universo. Contará con nuevos lenguajes no solamente para comunicar un mensaje, sino la forma completa de un espíritu. Un lenguaje enriquecido por puras tensiones y nuevas presencias empapadas de poesía. Desde luego ser habitante hidroespacial tendrá al comienzo sus desventajas, hasta llegar al ejercicio continuo para desarrollar todas las posibilidades, condición humana, y no como un trabajo obligado. Finalmente la vida cotidiana no estará solamente centrada en la supuesta conquista del espacio, sino en la conquista de su tiempo, su activación, su levadura. El ser humano en definitiva no quiere morirse.
En la célula hidroespacial el hidrociudadano en su pluralidad inventa no solamente su arquitectura, nombra y elige sitios y lugares para vivir, que podrán o no acoplarse a miles de viviendas, plataformas y accesos suspendidos en el espacio.

Hidroespacializar, aterrizar, amerizar, alunizar, venusizar, tender posteriormente conexiones galácticas e interplanetarias atravesando los años luz, serán alternativas multiopcionales. Habrá lugares para tener ganas, para no merecer los trabajos del día y la noche, para alargar la vida y corregir la improvisación, para olvidar el olvido, para disolver el estupor del por qué y para qué y tantos otros lugares como nuestra inagotable imaginación amplifique y conciba.

Buenos Aires, 1971.